No sé por donde empezar. Por primera vez en mucho tiempo siento que las palabras se me escapan para quedarse escondidas en una partecita de mi mente para siempre, para no sentirse expuestas, para no sentirse en peligro. Pero necesito liberarme de este nudo que cree en mi cabeza, que al fin y al cabo desata ideologías y pensamientos que terminan determinando la persona que soy hoy.
Era octubre del dos mil seis, yo tenía ocho años. Fue una de las tantas veces que fui a dormir a la casa de una de mis mejores amigas, Sofia. Tengo recuerdos muy vagos sobre ella, pero sé que me hacía reír a carcajadas y nos contábamos todo. Vivía sola con su papá, ya que su mamá tenía otra familia y la venía a visitar muy de vez en cuando. A ella le encantaba igual, su papá, Daniel, era uno de los hombres más amorosos y simpáticos que conocía; hasta mi mamá lo solía decir. Un hombre que vivía trabajando por y para su hija, le cocinaba sus comidas favoritas y la hacía escuchar sus discos preferidos todos los días. A mí también me encantaba ir a la casa de Sofi.
Ahora desde la lejanía puedo ver como no era tan perfecto todo como yo lo veía a esa edad.
Un sábado a la noche, Daniel nos cocinó papas fritas con milanesas y nos compró coca-cola, también se compró un vino para él.
No recuerdo qué estábamos viendo en la televisión después de que terminamos de comer, sé que nos reíamos, al mismo tiempo que luchábamos contra los mosquitos que nos saturaban esa noche. Comenté que me picaba la espalda, y Daniel se ofreció a rascarme. La picazón se me había terminado hace rato, pero las manos del hombre seguían tocando mi espalda. Después de un rato en el que ya me empezó a incomodar, me excuse teniendo que ir al baño y logre escapar de esa situación.
De lo que no pude escapar, fue cuando me desperté a la madrugada con esas mismas manos en mi entrepierna. Estaba muy asustada, desee estar en mi casa o al menos haber elegido el lugar de la cama que estaba contra la pared. En ese momento no entendía nada de la situación, solo sabía que quería que terminara porque no me sentía para nada bien, era abrumante, desagradable y muy incomodo. El corazón me latía muy fuerte, quería gritar pero no me salían las palabras, quería moverme para despertar a mi amiga, quería salir corriendo, necesitaba terminar con esa situación y no sabía cómo, porque solo tenía ocho años y lo único que lograba hacer era llorar en silencio. En ningún momento abrí los ojos porque me aterraba verle la cara. di media vuelta para quedar boca abajo y enredarme con las únicas sabanas que me cubrían. Daniel sacó la mano rápidamente y se fue. Yo respire.
De a partir de ese día nunca más visite a Sofia, nuestra amistad se desvaneció y la única alusión que me quedó de ella es elegir siempre el lado de la cama que está contra la pared.
Hoy, que finalmente con diecinueve años puedo escribirlo y aceptarlo realmente como fue, sin tener vergüenza, porque sé que nunca nadie más va a invadir mi cuerpo sin mi consentimiento. Porque hoy acepto toda mi persona, toda mi historia, como algo solamente mío, porque ahora soy mi única dueña. Nadie más decide sobre mí, mucho menos voy a dejar inhibirme, no importa quien sea. Voy a gritar todo lo que no pude gritar esa noche, a los que chiflan por la calle creyendo que pueden opinar sobre mi cuerpo, a los que me miran de arriba abajo como si analizaran una mercancía en oferta, a esos chicos que creen que porque estamos en un boliche pueden tocarme. A todos aquellos que me hacían querer escaparme de quién soy para dejar de sentirme acosada. Para poder caminar sin miedo, para demostrarles que ya no me condicionan. Que nunca más voy a callarme así. Por mí y por cada chica, que como yo, vivió o vive con temor solo por ser mujer. Y también por las que no pudieron dar revancha, también por las que no fueron escuchadas en su momento, y las que no están siendo escuchadas ahora.
Pueden decirnos como quieran, pueden decir que exageramos. Pueden decir todo pero ahora somos nosotras las que van a estallar su garganta antes de que cualquiera intente apoderarse de nuestro cuerpo, nuestro orgullo y nuestros derechos.
martes, 26 de septiembre de 2017
sábado, 9 de septiembre de 2017
212 días
Una vez leí que uno de los factores más crueles de nuestra vida es
el tiempo, ya que no discrimina en dolores y alegrías, en corazones rotos, ni
siquiera en nacimientos y muertes; sigue pasando indiferentemente a nuestra
existencia, al mismo ritmo, con esa monotonía que nos abruma. Pero, me declaro
culpable de ser de esos, que a pesar de tener todos los fundamentos en contra,
siguen pensando que el tiempo es relativo; porque, mi amor, hace años estoy
sentada acá escribiendo sobre vos y tu sonrisa, pero solo hace doscientos doce
días que comenzó nuestra historia (sin tener en cuenta la vida entera que
tuvimos de prólogo).
Dejame explicarte, yo no secciono mis tiempos en años, mi reloj biológico
se divide en vidas, y éstas a su vez, se van separando por cada cosa que amé
realmente. Por ejemplo, comenzar de que era un bebé no tiene sentido, porque no
lo recuerdo. Mi memoria empieza a funcionar a partir de los nueve años más o
menos, cuando por primera vez sentí amor puro por algo que yo había elegido,
ahí empieza una vida; así iniciaban y finalizaban los ciclos mientras cambiaban
mis pasiones y aficiones.
Por eso vos, ahora, sos una parte tan importante para mí, sos el
inicio de una de mis vidas favoritas.
Volviendo un poco a esta realidad cuantitativa que nos rodea. Son
cinco mil ochenta y ocho horas unidos por un título, que no cambia nada, porque
las etiquetas son otro invento de las personas que nada tiene que ver con el
amor.
Me gustaría tenerte acá al lado mío, porque siempre el momento
donde más me inspiro es entre tus brazos.
Pocas cosas me motivan tanto como compartir cientos de vidas con
vos; que seamos nosotros los escépticos respecto al tiempo, que tengamos
nuestro propio calendario que no distinga estaciones ni feriados.
Eternas gracias por esto, por la medicina de tus labios que me
cura los miedos, por detener este mundo que me agobia con tanto movimiento, por
combinarte con la lluvia para entregarme toda la paz que necesito, por hacerme
llorar de felicidad, y por volverme a elegir cada día, a pesar de todo.
Te amo por esta vida y espero que por muchas más.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)