Es que no sé cómo explicártelo.
Es que si no sentís de la manera en que nosotras lo hacemos, entonces nunca lo vas a entender.
Desde que era una nena, tenía mente y cuerpo, todo muy chiquito e inocente. Me acuerdo con nueve años, esperando en una fila infinita por cuatro horas. Así se empieza. Llegas sola pero en un par de minutos ya empezas a hablar con la de adelante y la de atrás, cuando te das cuenta ya son un grupo de personas que no conoces pero sabes, que no necesitas esconder los nervios, la emoción, ni siquiera las lágrimas en frente de ellos.
¿Cómo te explico lo que es ver avanzar a la gente después de estar horas esperando?
No conocía lo que era la verdadera adrenalina, hasta que empezamos a correr por las calles alrededor del estadio de River, hasta que me di vuelta y vi la manada de chicas que también corrían con nosotras, no me olvido de esa imagen, eramos como miles pero puedo jurar que latíamos como una.
Estuve en todas partes, al principio tan lejos que a penas podía verlos del tamaño de una tortuguita bebé. Los puntos de vista y los tamaños fueron cambiando.
Pero, a ver, ¿cómo hago para describírtelo? Si es la música, es el alma y no el cuerpo. Son todos los sentidos no solo la vista y el oído. Son todos los momentos y no justamente ese. Son todas las personas y no solamente vos, ni ellos.
Es como cuando estas al borde del colapso, a punto de gritar, contiendo las lágrimas; pero para que nadie te vea, te encerras y pones la música muy fuerte para no escucharlos, ni escucharte.
Es cuando estas tan cansado, tan abrumado por el mundo que te pones los auriculares para aislarte en tu propio planeta. O cuando estas solo, y tenes tantas energías que pones esa canción que te hace bailar hasta las células, cuando cantas tan fuerte que solo se escucha tu voz, cuando te moves tan rápido que el ritmo te sale por todas partes.
Eso es estar ahí, es cerrar los ojos y recordar como esa misma canción te salvo tantas veces, como salvo a todas estas personas con las que estas compartiendo ese momento, cuantos otros también se habrán encerrado para escuchar este tema y volver a respirar.
Es que ya no te importa, no importa que te duelan las piernas de tanto saltar, que te estén clavando los codos en la espalda, que te estés comiendo todo el pelo de la chica de adelante, que estés muriendo de calor, que no puedas mover lo brazos, que te falte el aire porque no podes dejar de cantar, mientras se te caen las lágrimas de felicidad; porque es tu alma la que se siente plena.
Aunque lo intente describir, no sabes lo que es, porque no lo sentís de esta manera.
Y yo, desde los nueve años hasta hoy, que estoy por cumplir veinte. Voy a seguir esperando en esta fila, porque es el único lugar donde sé que está mi felicidad más pura y sincera. Porque sentir todo eso, hasta olvidarme de mi cuerpo, de mi nombre, de mi historia, del mundo asfixiante; ahí es dónde verdaderamente me encuentro, con mi esencia, con la nena que fui y que siempre voy a ser. Porque no cambio por nada a esas amigas fugaces de conciertos, y nunca me arrepentiría de vivir así la música, tan personal pero al mismo tiempo compartiéndola con miles.
viernes, 29 de diciembre de 2017
lunes, 4 de diciembre de 2017
Mi mar y tu calma
Algunas veces, envidio tu indiferencia. La
manera en que ves las cosas, o mejor dicho, la manera en que no ves. No
te das cuenta, seguís y seguís, nada te para.
A mí, en cambio, cada sentimiento me estanca. Todo me paraliza, me lastima, me saca de mí misma. Camino con seguridad fingida frente a lo desconocido, para aparentar una cierta fortaleza que no tengo, porque al más mínimo percance, ya quiero volver, desaparecer, terminar con ese momento.
Vivo con este peso en el pecho, que con cualquier estimulo, aunque sea muy pequeño, ya empieza a arder con una fuerza incesable, aunque todo pase, no para hasta encontrarme llorando en cualquier rincón del mundo.
Vos ahí, tan indiferente a mi universo.
Yo, dejando parte de mis lágrimas en cada almohada, en cada baño, en cada viaje.
Me convenzo que soy fuerte, pero solo me lo repito dentro de mi cabeza, porque no logro formular las palabras, se me olvida como hablar cuando se trata de mí misma.
Y lloro, algunos días de la semana, a veces espero a estar sola, en otras no tengo tanta suerte y trato de calmarme antes de tocarte el timbre o de entrar a trabajar. Es que necesito sacarlo.
El mar y las olas que viven dentro de mí se enturbian por nada, no puedo controlarlas. Intentando esconderlas pierdo mis fuerzas y mis motivaciones. Así que trato de no ocultarlas más, porque tengo miedo de perderme yo.
Son las cinco de la mañana. Las siento correr furiosamente desde la punta de mis pies hasta el centro de mi cabeza. Se genera un caudal catastrófico en mi estomago que ya no sé descifrar ¿Es hambre o sed? ¿Son ganas de vomitar o acaso son solo fantasmas?
Nunca comprendo mi cuerpo, siempre lo siento ajeno a mí, como si todo lo que pasara fuera en segundo plano, narrando como omnipresente sobre mi forma física.
Es como si yo, la que estoy escribiendo, estuviera atrapada dentro de este cuerpo, al cual me adapte, pero no me siento correspondida. Como si algunos hechos o situaciones fueran totalmente independientes de mí, como si a veces no lo dominara porque se desprende de lo que soy.
Así es como me encuentro más en guerra conmigo que con el mundo, porque quiero dormir pero no tengo sueño, quiero salir pero no tengo ganas, quiero tanto pero siempre me quedo en ese limbo, que nunca llega al hacer concreto.
Pierdo mis fuerzas con todo esto, y con vos.
Lucho para no explotarte encima y ahogarte con mi agua salada. Al mismo tiempo que te abrazo rezando que no me cortes, que esta vez no me lastimes, que no se te escape una espina porque me estoy quedando sin parches.
La constante batalla me consume todos los días, mientras te miro y pienso, lo mucho que me gustaría estar durmiendo así como vos, tan sereno y tranquilo. Tan lejano a mis demonios.
A mí, en cambio, cada sentimiento me estanca. Todo me paraliza, me lastima, me saca de mí misma. Camino con seguridad fingida frente a lo desconocido, para aparentar una cierta fortaleza que no tengo, porque al más mínimo percance, ya quiero volver, desaparecer, terminar con ese momento.
Vivo con este peso en el pecho, que con cualquier estimulo, aunque sea muy pequeño, ya empieza a arder con una fuerza incesable, aunque todo pase, no para hasta encontrarme llorando en cualquier rincón del mundo.
Vos ahí, tan indiferente a mi universo.
Yo, dejando parte de mis lágrimas en cada almohada, en cada baño, en cada viaje.
Me convenzo que soy fuerte, pero solo me lo repito dentro de mi cabeza, porque no logro formular las palabras, se me olvida como hablar cuando se trata de mí misma.
Y lloro, algunos días de la semana, a veces espero a estar sola, en otras no tengo tanta suerte y trato de calmarme antes de tocarte el timbre o de entrar a trabajar. Es que necesito sacarlo.
El mar y las olas que viven dentro de mí se enturbian por nada, no puedo controlarlas. Intentando esconderlas pierdo mis fuerzas y mis motivaciones. Así que trato de no ocultarlas más, porque tengo miedo de perderme yo.
Son las cinco de la mañana. Las siento correr furiosamente desde la punta de mis pies hasta el centro de mi cabeza. Se genera un caudal catastrófico en mi estomago que ya no sé descifrar ¿Es hambre o sed? ¿Son ganas de vomitar o acaso son solo fantasmas?
Nunca comprendo mi cuerpo, siempre lo siento ajeno a mí, como si todo lo que pasara fuera en segundo plano, narrando como omnipresente sobre mi forma física.
Es como si yo, la que estoy escribiendo, estuviera atrapada dentro de este cuerpo, al cual me adapte, pero no me siento correspondida. Como si algunos hechos o situaciones fueran totalmente independientes de mí, como si a veces no lo dominara porque se desprende de lo que soy.
Así es como me encuentro más en guerra conmigo que con el mundo, porque quiero dormir pero no tengo sueño, quiero salir pero no tengo ganas, quiero tanto pero siempre me quedo en ese limbo, que nunca llega al hacer concreto.
Pierdo mis fuerzas con todo esto, y con vos.
Lucho para no explotarte encima y ahogarte con mi agua salada. Al mismo tiempo que te abrazo rezando que no me cortes, que esta vez no me lastimes, que no se te escape una espina porque me estoy quedando sin parches.
La constante batalla me consume todos los días, mientras te miro y pienso, lo mucho que me gustaría estar durmiendo así como vos, tan sereno y tranquilo. Tan lejano a mis demonios.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)