Como siempre, escribo solamente para liberarme, y hoy me
siento más poderosa que nunca. No tengo miedo, no tengo vergüenza, no me siento
sola.
Mis compañeras me dieron la fuerza para poder contar lo que hace
años me está consumiendo por dentro, gracias a ustedes, por hacerme invencible.
Por enseñarme tanto cada día.
Fue la segunda vez que tenía relaciones sexuales. Yo tenía
diecisiete años. No me voy a victimizar, porque me hago cargo de cada una de mis
decisiones. Aunque me arrepienta eternamente. Soy responsable de mi cuerpo, lo
fui ese día y lo soy hoy.
De lo que más me arrepiento de esa noche, sinceramente, es
de mi ignorancia. Sabía que tenía cuidarme, pero no me animaba a pedirlo, lo
que iba a pensar de mí, que se iba a dar cuenta que no tenía experiencia, que
era una de mis primeras veces. Tenía mil pensamientos en la cabeza, estaba tan
nerviosa, tan pensativa, tan callada, probablemente uno de los peores momentos de mi vida, con alguien que le importe muy poco, que no me aviso, que no me
cuido, que nunca me dijo nada.
Lo que verdaderamente me avergüenza es lo poco que conocía
de mi cuerpo, de la sexualidad en sí, no sabía de los ciclos fértiles, no sabía
del líquido preseminal. No sabía de cosas que son fundamentales en la educación
sexual.
Ese día pasó sin pena ni gloria para mí, nunca lo volví a
ver, o quizás sí, pero todavía me cuesta mirarlo.
Pasó un mes, no estuve con nadie más, me sentía rara, tenía
miedo, no confiaba en nadie. No menstruaba y dentro mío ya lo sabía, intentaba
ignorarlo, no lo hablaba con nadie. En realidad estaba todo el tiempo triste
pero no quería decirlo en voz alta, no quería hacerlo real, “está todo en tu
cabeza” me repetía a mí misma.
Un mes y medio. Nada. Ya estaba segura, nadie me lo dijo
pero yo sabía. Le decía a mi mamá, medio en chiste para no asustarla, que
quería ir a una ginecóloga y que si iba a comprar me traiga coca; así eran solo
dos pedidos aislados, nada para preocuparse.
Me fui unos días de viaje, y me prometí a mí misma hablarlo
con ella cuando vuelva.
Es que ya no podía sola, no podía dejar y dejar pasar el
tiempo, llorar todas las noches, correr al baño cada hora para ver si me
bajaba, buscar en google, llorar un ratito más, callarme y sonreír.
Le dije a mi mamá y empezó la tormenta. A la que yo llamo,
el huracán de la reina del drama, donde yo era la única protagonista y el único
nudo de la historia.
No tenía obra social. La doctora particular nos cobrara
trescientos pesos por consulta. Me revisó y me dijo que según las fechas podría
ser, pero que por lo que veía en mi cuerpo por ahí no. Me dio la orden para un análisis
de sangre y un turno para la semana siguiente.
Me acuerdo cada puto detalle de ese estudio. Fui a la mañana
con mi mamá, ya casi no podía mirarla a la cara, no quería sentir esa decepción
que tenía en los ojos. Esa misma decepción que yo misma veía cuando me miraba
al espejo.
No le respondía a la enfermera, a la recepcionista, a nadie,
me costaba articular cada palabra, mil veces peor cuando me preguntaban qué
edad tenía.
A la tarde fui a buscar lo resultados con quién en ese
momento era mi novio. “Yo estoy para vos, no importa lo que pase” me decía,
pero yo ya me sentía media muerta, media
rendida.
Salimos de la clínica, en la esquina de Lincoln vi el
positivo. Deje de sentir. Dejo de girar el mundo. Deje de tener un cuerpo. Deje
de respirar. Me fui. Pero seguí caminando, no hice ningún gesto que pudiera
darle una señal, seguí caminando y me compre un McFlurry. Él me miraba con
lástima e insistía en que le diga el resultado, “por cómo estas supongo que dio
negativo” me dice, pero él no entendía, porque yo ni siquiera estaba
más, yo ya había desaparecido.
Nos sentamos en la plaza, me acosté en el pasto, le di los
resultados, le mande un mensaje a mi mamá. Y lloré en la plaza San Martin hasta
quedarme sin aire, hasta quedarme sin lágrimas, hasta quedarme sin vida. El helado se hizo líquido y yo no probé ni un bocado.
Me llamó mi tía llorando y me dijo “te amo tanto, más que a
nada y no te preocupes que estoy para vos, en todo lo que necesites, siempre te
vamos a apoyar, mi negra”, ¿quién soy yo
sin mi familia? Pensé, y en ese momento supe, que yo ya no era nada, que solo
importaban ellos, que haría cualquier cosa solo por la felicidad de ellos,
porque yo nunca más iba a volver a ser enteramente feliz.
Volví a casa, mami tenía los ojos más rojos que yo, pero
intentó trasmitirme confianza. Yo no podía más.
Me encerré en la pieza. Yo ya estaba llorando hace meses.
Pero escuchar a mi mamá llorando en el living, por mi culpa. No se lo deseo a
nadie, es uno de los sentimientos más horribles que tuve en mi vida. Hacer a
llorar a mi mamá así, dios, me sentía el ser más despreciable en el mundo.
“Yo ya estoy muerta” pensaba, “No importa lo que pase,
porque ya no existo, tome la decisión que tome, nunca voy a ser la misma. Así
que voy a hacer lo que ellos quieran, voy a tener un bebé y ser la mejor mamá
del mundo, o no voy a tenerlo. Pero es su decisión, no la mía. Yo ya no estoy.”
Me repetía cada segundo en mi cabeza. Sinceramente, ya no me importaba nada de mí misma.
Después se lo tuve que decir a mi papá, por teléfono, él
vivía en Neuquén en ese momento. Obviamente fue mi mamá la que hablo con él, yo
solo lo escuche, lo salude y él me felicito; “no me sorprende de vos” me dijo,
y esas palabras me marcaron hasta el día de hoy. El hombre que me decepciono
todos los días durante mis diecisiete años, me dice que eso lo esperaba de mí,
que yo era así de predecible, que era obvio viniendo de mi parte.
Me dolía todo, pero nada se compara con lo que fue decírselo
a mi hermano. Golpeó las paredes, gritó y lloró como nunca lo vi llorar en mi
vida. ¿Saben lo que es decepcionar así a la persona que más amas en el mundo? “Es
mi hermanita” gritaba, y yo ya no era nadie. Yo era diminuta comparada con toda
la situación.
Pasaron mil cosas en tan poco tiempo. La doctora me dijo que
ya no podía hacerlo con pastillas, pero que tenía un colega que hacía ese tipo
de intervenciones, nos dio el número. Mi novio me dijo que no lo haga, que él
se hacía cargo, que si lo hacía me iba a dejar porque era una asesina. Mis
amigas no estaban, no sé qué paso, se lo conté pero después me entere que se
difundieron rumores entre los del colegio, creo que todos lo sabían, yo no
quería hablar con nadie. Otra de mis tías me hacía tomar litros y litros de un
líquido que ella había preparado con unos yuyos, “esto la ayudo a mi hija a
menstruar” me decía, y a mí el gusto me daba ganas de vomitar, pero ya estaba
resignada. Fuimos al departamento donde este doctor tenía su consultorio, ocho mil
pesos nos dijo. Yo vivía encerrada en casa, “voy a dejar de comer hasta morirme”
se me ocurrió, pero nunca fui buena para eso. “Voy a cortarme, voy a perder
mucha sangre así me olvidó, así dejan de preocuparse por mí, así dejo de hacer
mal a mi familia”, pero soy una cobarde, lo fui desde el primer día y lo seguía
siendo. No hable más con mi papá, unos meses después me enteré que todo ese
tiempo se la paso tomando alcohol y estando borracho todos los días. Con mi
hermano nunca hablamos del tema, hasta hoy en día, con solo mirarnos ya nos entendíamos,
las palabras estaban de más.
Tenía cita con el doctor una semana antes de navidad. Yo
estaba durmiendo la siesta y mi hermano me dice “acá te dejo la plata” y se fue
a trabajar. Mi mamá no estaba, me encontraba con ella directamente en el
consultorio porque también estaba trabajando.
“Tomate esta pastilla unas horas antes de venir” me había
dicho el doctor. Pero nadie me aviso que iba a estar sola en el baño de mi
casa, con mi útero retorciéndose y perdiendo tanta sangre, había coágulos en el
pasillo, era demasiada, no podía limpiar nada por el dolor, no me podía mover,
no podía llamar a nadie; además, ¿con quién me voy a quejar? Si después de
todo, yo sola me busque esto.
Estaba muy asustada, perdía un montón de sangre, no sabía si
era normal, faltaba una hora para irme, no sabía que hacer. Me quede sentada en
el baño hasta que tuve que viajar.
Llegamos, le di la plata a mi mamá y me acosté en la camilla.
Quería terminar con todo, “si me tengo que morir, bueno, que así sea” fue mi
último pensamiento hasta que la anestesia hizo efecto.
Me desperté de un sueño tan profundo, que no tenía idea de
dónde estaba. “Tengo tantas ganas de hacer pis que no me puedo mover” pensé, y
cuando me di cuenta, no eran ganas de nada, era puro dolor. El doctor y su esposa
me ayudaron a vestirme, a pararme, a salir de la habitación.
Abrace a mi mamá, me dio un poco de fuerzas para seguir, al menos un por un ratito más.
Nos saludamos rápido y salimos a la calle, yo me apoyaba en ella porque apenas podía mantenerme en pie, el camino hasta la remisería fue un infierno, creí que no llegaba. Pero me prometí a mi misma que no me iba a desvanecer en el piso, no le podía hacer eso, tenía que aguantar, tenía que seguir, tenía que llegar a casa.
Abrace a mi mamá, me dio un poco de fuerzas para seguir, al menos un por un ratito más.
Nos saludamos rápido y salimos a la calle, yo me apoyaba en ella porque apenas podía mantenerme en pie, el camino hasta la remisería fue un infierno, creí que no llegaba. Pero me prometí a mi misma que no me iba a desvanecer en el piso, no le podía hacer eso, tenía que aguantar, tenía que seguir, tenía que llegar a casa.
Después de ese día también pasaron miles de cosas, ninguna
buena, obviamente. Lloramos las dos y se fue a comprarme los medicamentos. No
me podía levantar, no tenía fuerzas para comer. Sangraba un montón, sangre por
más de un mes, creí que no iba a parar nunca, creí que me tendría que resignar
a vivir así para siempre. Hacía mucho calor, pasaron las fiestas en mi casa y
mi mamá me decía que no me fuerce en la escalera, que no tome alcohol, “es que
es un tratamiento para unos problemas que tiene en lo ovarios” le decía a mi
familia, y todos nos hacíamos como si lo creyéramos. Me peleaba con mi novio,
pero era lo único que tenía. Mis amigas no estaban, no sabían, ya no hablaba
con ellas. Seguía sangrando. Un día fui a visitar a mi prima y le manche la
cama, me daba vergüenza existir, me encerré en el baño por horas. Más tarde ella me dijo que lo que hice la desilusionó
mucho, que no lo esperaba de mí, pero que sabía que lo hice por mi hermano y
por mi mamá. Perdí las cuentas de las personas a las que decepcione, de las noches
que no dormí por estar llorando, de la cantidad de toallitas que gastaba por
día. Una vez me desperté, y tenía leche en las mamas, “soy una enferma, y tengo
un cuerpo enfermo” me decía a mí misma, que odio me tenía, no quería que nadie
me toque, ni que me hablen. Me daba vergüenza estar encerrada en mi propio
cuerpo. Fue el infierno eterno.
Claro que esto es un pequeño resumen de lo que de verdad
fueron todos esos meses. Me prometí a mí misma que me iba a redimir con todo lo que
hice, que iba a estudiar, trabajar, de tratar de ser mejor, ayudar a mi familia. A
la única persona que se lo conté fue a mi mejor amigo, todavía me cuesta
horrores hablar al respecto, no puedo pensarlo ni siquiera que ya se me quiebra
la voz. Por años me sentí tan vulnerable y despreciable.
Pero hoy, hoy que se aprobó el proyecto de ley en la cámara de
diputados. Que vi a mis compañeras durmiendo con cuatro grados afuera del
congreso. Que camine entre ellas, que me llenaron de fuerza, que gritaron por
todas. Que puedo ver lo afortunada que fui, por tener los recursos, por tener a
mi familia, por tener la plata para hacerlo, para salir viva.
Hoy puedo decirlo, no porque este orgullosa, sino porque al
menos, ya no tengo miedo. Porque las tengo a ellas, y nunca más me voy a sentir
sola, nunca más voy a estarlo.
Porque me dicen que solo uso el pañuelo verde porque está de moda, porque nos gusta joder, porque queremos hacer quilombo, porque no entendemos nada. Me dicen que no sé por lo que lucho, ni lo que representa. Me dicen que me informe, que lea, que no tengo fundamentos, que ya me voy a olvidar. Y yo solo me rio ¿qué saben ellos?
Porque me dicen que solo uso el pañuelo verde porque está de moda, porque nos gusta joder, porque queremos hacer quilombo, porque no entendemos nada. Me dicen que no sé por lo que lucho, ni lo que representa. Me dicen que me informe, que lea, que no tengo fundamentos, que ya me voy a olvidar. Y yo solo me rio ¿qué saben ellos?
Hicimos historia, y vamos a seguir luchando para que podamos
ser dueñas de nuestro cuerpo, para que las pibas puedan elegir, como yo pude
elegir, de seguir con mi carrera, con mi futuro, con mi vida.
Eternas gracias a cada mujer con el pañuelo verde, gracias
por hacerme fuerte.
Y ahora, que se viene la revolución, no nos callan más. Porque
si no es con las pibas ¿Entonces con quién?
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