Abro los ojos por quinta vez dando vueltas en la cama, no logro
conciliar el sueño.
Entonces me levanto, pero me
duele todo, me pesa.
Mis brazos se convirtieron en
plomo, llevo una armadura encima. Me cuesta caminar, pero sigo.
Comprendo lo que pasa. Así nos
levantamos miles de mujeres hoy.
Porque otra vez, vamos al
Congreso a conquistar nuestros derechos.
Y no solo llevamos nuestro
cuerpo, como arma para defendernos sino que también hoy, es el mismísimo campo
de guerra.
Y como duele, porque sentimos
sobre nuestras espaldas el peso de todas las mujeres que hoy ya no tienen voz,
las que no pudieron elegir.
Y que fácil es hacer que nos
vean, pero que difícil es conseguir que nos escuchen.
Mis venas y mi sangre, se
sienten en tensión todo el tiempo.
Claro, ya recuerdo como era,
cuando nos dábamos cuenta que la decisiones las tomaban, todos esos, a los que
nunca les faltó un plato de comida para sus hijos, a los que nunca los abandono
un padre, a los que nunca van a gestar.
Me pregunto qué hacen el resto
del año, mientras nosotras seguimos sangrando en la cama de un tío, en la casa
de un padre, en los golpes de un novio, en una camilla de un lugar inseguro.
Que miedo me da la palabra
clandestinidad, hace que arda mi piel, que me queme la boca.
Es como si hubiera terminado
hace años, pero los dictadores siguen acá, decidiendo sobre nuestro cuerpo,
pensándonos como una incubadora y no como personas.
Y lloro mientras desayuno,
recomponiendo las fuerzas y la voz.
Porque hoy nos vemos la cara
otra vez.
Porque no nos fuimos a ninguna
parte, siempre estuvimos acá.
Creciendo desde los árboles,
reuniéndonos debajo de tu nariz, luchando todos los días antes de entrar a
trabajar.
Empiezan las vigilias con
cuatro grados de temperatura, empiezan los choques con la policía, empiezan a
pelearnos los medios, las iglesias, los machos.
Hoy empieza de nuevo,
y nosotras
ya nos levantamos con
armadura.
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