lunes, 29 de marzo de 2021

veintinueve de marzo, 21.

 Marzo esta siendo eterno, ya no me queda ni un peso en la billetera. Lo que me molesta es no tener yerba para el mate, con el resto me puedo arreglar. A fin de mes pareciera que la solución a todos los problemas viene con el sueldo del quinto día hábil; me gustaría saber si alguna vez lo que gano va a ser suficiente ¿suficiente para qué?

Últimamente ando muy enamorada de Buenos Aires. Estoy creciendo y me siento mutando, los sueños de vivir en otra país además de parecerme tan alejados ya no me generan tanto entusiasmo, en teoría suena muy lindo pero me cuesta visualizarlo en la práctica. Esta ciudad que todo lo soporto, a la que tanto le debo. La comodidad, la naturalidad que me da recorrer estas calles, las oportunidades, las historias. Quiero salir, conocer el mundo, pero siento que siempre voy a querer volver. Me puedo ver como adulta tomándome un café con mis amigas y quejándome de algo, pero no puedo imaginarme lejos de mi familia, de estos dramas, de este mate.

Entre párrafos me cuelgo mirando la erupción de un volcán en Islandia que se esta trasmitiendo en vivo.  Lo miro pensando que estamos ocurriendo en el mismo momento, yo en casa intentando materializar mis pensamientos en estas palabras, la tierra escupiendo fuego en otro lugar.


Mi tía mando una foto con mis abuelos en el hospital. Sentados con una silla de separación, cada uno mirando para un lado distinto. No se soportan. Es curioso que después de tanto tiempo juntos, de nueve hijas, se conocen tanto que no pueden ni dirigirse la palabra. La cantidad de dolor, de heridas, de tristeza que cargan sus ojos debe ser la razón por la que no quieran ni mirarse. Me deprime pensar en esa idea de compartir una vida entera con alguien a quien terminas odiando. Que desperdicio.

No tengo muchas ganas de escribir, prefiero ver al volcán arder, imaginarme la cantidad de energía, el calor, la luz, el movimiento que debe haber ahí dentro. Cerrar los ojos, convertirme en lava, brillar, quemar, que nada pueda apagarme. Hoy necesito esa calidez de la tierra.

miércoles, 24 de marzo de 2021

veinticuatro de marzo, 21.

 Ahora me toca a mí. Consumo tantas palabras todo el tiempo, que a veces me olvido que también es mi lenguaje. Que yo también puedo.

Esta nublado; es el día de la memoria. Hoy no es un feriado, es una declaración, una decisión. Hace cinco años recorrimos la ex ESMA con el grupo de "jovenes y memoria" de mi colegio; y cada paso, cada historia, cada espacio se me metió dentro de los huesos, crecí con ese enojo, esa tristeza, esa indignación que me hace intolerante a la falta de consciencia con el tema, no puedo permitirlo, me interpela la existencia. Por todos los muertos y desaparecidos en dictadura, nunca más.

Gracias a Milagros descubrí una página para intercambiar libros. Publiqué algunos que estaban dormidos en mis estantes hace años y otros con historias que no quería encerrar en mi biblioteca. Estoy aprendiendo a permitirme quedarme con los autores pero soltar lo material. La idea del movimiento, de darles un camino, la oportunidad de ser leídos por otros ojos, reinventarse, hacer fluir a la literatura, además de darme el espacio al futuro, a quién voy a ser, a mis propios intercambios. me fascina. Tengo diez libros nuevos que al mismo tiempo ya fueron tomados y leídos por otras personas, además de su contenido tienen historia en las marcas de café, las hojas dobladas, los sellos, las palabras subrayadas. Aldana, con quién solo nos mandamos un par de mails para acordar el lugar y la hora donde encontrarnos, además de tres libros, cuando me dio la bolsa me dijo "te puse, también, unos tesitos que a mí me gustan"; la miro a esta chica que nunca vi en mi vida y probablemente nunca más vuelva a ver, pienso "¿cómo podré devolverte el detalle, el cariño que me estas trasmitiendo?"; espero que disfrute los libros que yo le di, espero que con letras poder devolverle esa calidez que me hizo sentir.

Me anote a tres materias de la facultad, como siempre al principio me encuentro muy expectante y positiva. Tengo que estudiar y eso a mis problemas de procrastinación ya le esta pesando. El trabajo, que ahora es mi lugar, generó una discordia con el estudio, con los horarios. Nunca es fácil para nosotros que tenemos que hacer las dos cosas juntas para sobrevivir. Tuve que decidir cual era mi prioridad, aunque alejarme de la comodidad que me da el entorno de mi laburo me rompe el corazón voy a seguir eligiendo estudiar, aprender y las metas gigantes. No quiero soltarlo y no voy a hacerlo hasta que me lo pidan, pero que experiencia tan hermosa.

Sentados en una cafetería cerca del río le confieso a Leo lo que me estuvo dando vueltas por la cabeza estos últimos días "vos decís que en teoría es poético plantar un árbol antes de morirse pero que en lo práctico te parece ridículo, eso es algo en lo que siempre vamos a diferir, para mi vivir por el arte es lo más puro y por eso solo vale la pena morir si es por la poesía, por lo romántico, por el amor."

En un rato tengo que ir a Ballester a intercambiar un librito más.

Espero que llueva, hoy es un día para la introspección y la memoria, para el arte, para el café, para escapar de la rutina y recordar nuestra humanidad. 

martes, 16 de marzo de 2021

dieciséis de marzo, 21

 Martes. Hoy un poco me estoy obligando a escribir para trabajar, mínimo, con mis problemas de constancia. Después de un mes finalmente vuelvo a agarrar un libro; Saramago se siente como un viejo conocido que me contó sobre su vida hace años atrás, ahora en sus palabras reconozco el sabor de su redacción y su característica alternativa al dialogar. Voy retomando, digo, intentando sanar, buscándome.

Escucho una playlist de youtube, se llama "you're studying in a haunted library with ghosts", desde esta biblioteca, leyendo poesía mientras los fantasmas del pasado me miran hambrientos, les cuento sobre mi semana.

Intento con patadas y uñas alejarme de las pantallas, casi que me convierto en una. No hay escape. Se me pone la piel de gallina, no sé si es por las letras de Diego o por el frío que acompaña esta lluvia, en esta soledad por primera vez le comparto un café a alguien que me invita un trago de sus ideas.

Mi abuelo se desmayó estando solo en su casa, después lo llevaron al hospital pero sin mucho diagnostico lo devolvieron, dicen que no puede quedarse allá, que es muy peligroso, que hay un virus dando vuelta por todos lados. Mis tías intentan comunicarse con alguien pero Virasoro esta muy lejos, las llamadas no llegan, no hay señal, solo hay kilómetros e incertidumbre.

En el segundo intento logré pasar el final de bioquímica; una nota no puede definirme, siempre me repito. Pero me siento superpoderosa cuando apruebo una materia, todo lo demás deja de importar. Puedo esto, puedo conmigo misma. Me permito burlarme de mi síndrome del impostor, me rio en su cara unos segundos antes de que vuelva a dominarme.

También encuentro en mis notas una observación curiosa sobre involucrarme en el mundo laboral de los adultos, cómo es su personalidad cuando están lejos de sus hijos o familiares; es en pocas palabras, decepcionante. Pero lo desarrollaré en otro momento o nunca.

Me tomo el día entero escribir esto, tres playlist, un café, un mate y dos horas de siesta.

Pero existe, pero pude.

lunes, 8 de marzo de 2021

ocho de marzo, 21.

 Ya es lunes, van a ser las dos de la tarde. Me es imposible hacer las cosas a tiempo, manejar una agenda, cumplir con mis pequeños objetivos en el horario estimado. Siempre elijo el disfrute, tomarme un café, dormirme una siesta, escuchar una banda nueva "si es tan importante, entonces es necesario que lo haga cuando tenga la energía suficiente para darle la atención que merece". Nunca es tan importante.

Hay personas que nacen en el seno de una familia musical, de chiquitos ya aprenden a latir con ritmo, a escuchar en colores y texturas, a saborear los sonidos de una manera distinta. A mi no me paso, recién ahora, a los veintidós años descubro la energía que me trasmiten las canciones puramente instrumentales, las bandas  que dan conciertos enteros sin cantar, utilizando las voces de sus instrumentos. Me da miedo morirme sin haber descubierto mi canción favorita.

Busco en mi celular alguna nota que haya escrito sobre esta semana, pero es una simulación, un acto simbólico, porque todos lo que ocurrió lo tengo acá, incrustado en el dolor de mis muslos (mi cuerpo y su costumbre de acumulación).

El martes llegué de trabajar a las once de la noche, cené con la noticia de que despidieron a ocho de mis compañeras, todavía no lo digiero bien. ¿Por qué tan tarde? fue lo primero que me pregunte, ¿por qué no les permitieron, al menos, dormir tranquilas? Todavía tengo pánico cada vez que me suena el celular, no quiero recibir una llamada nunca más. Me perturba la idea de que me puedan arrancar con tanta facilidad algo que ya forma parte de mi cotidianidad. Voy hasta allá, entro como si nada hubiera pasado, me encuentro con cinco o seis caras nuevas, todos lo demás sigue igual pero faltan ellas y nadie las menciona, yo tampoco. Cuando salgo les mando un mensaje, pero sé que van a desvanecerse, no me acuerdo cómo ni cuando pero sé que esta semana las vi por última vez en mi vida.

También fui a la dermatologa, me miro y me dijo "estoy pensando qué hacer con vos". Yo también la mire, estábamos pensado lo mismo.

Es ocho de marzo y es el tipo de día que me incomoda hasta las huesos, la lucha, la sangre, el dolor, la injusticia. Tantas veces escribí al respecto que hoy voy a admitir algo: feliz de ser mujer me siento, sí, cuando me abrazan mis amigas, cuando escucho las risas de mis tías, cuando encuentro la más fiel complicidad dentro de un baño con una chica desconocida que me presta su rimmel, cuando conquistamos derechos sobre la avenida Rivadavia, cuando comparto un mate con mi mamá abajo del solcito, cuando las tengo a mi alrededor y me hacen sentir superpoderosa. Sí, feliz de ser mujer soy, pero no por el día ni porque me lo deseen, sino por ellas.