Este hombre, que se siente como un maldito agujero negro.
Me duele saber lo que implica su existencia y como me ronda, como me respira en la nuca.
Leerlo a él nunca es una decisión independiente, es un hombre mitológico del que solo conozco a sus creyentes.
Primero, si pienso en él, pienso en E. El terror que me genera ese chico, su imagen arrodillada con las manos temblando delante mío, su cuerpo frágil, su mirada rogando (por algo que yo no le podía dar), sus palabras pesadas. Su devoción total a su maestro, al hombre-oscuridad.
Después viene N. Mi moki. Que solo el cielo y la noche es testigo de las pesadillas que la mantienen despierta. Otro niña artista que termina siendo escritora.
Pablo Ramos como persona, como autor, como libro, ya viene cargado con mucho de lo personal, más que cualquier otro autor que haya leído. Eso, de lo más siempre, para empezar.
Y después: el dolor, la tristeza envolvente, la desidia, el horror que contiene lo que nos narra y lo que mastico yo, como lectora.
Es asquerosamente sincero, se vuelve finalmente honesto y queda parado a carne viva delante de nosotros en cada libro.
Es mi punto débil. El libro que no me puedo devorar porque me come a mi, me mastica, me escupe, me maltrata. Es personal, todo esta a dos decisiones de volverse real.
Estas historias de adicciones, de excesos, de vulnerabilidad, de sufrimiento. Los doce pasos, lo enojada que me deja cada final de capítulo. La tragedia repitiendose una y otra vez, el protagonista que nunca aprende. La caída libre hacía las peores de las muertes, esa que vos quedas vivo pero todo el resto se va, se van.
En la indignación grito cómo puede ser tan destructivo mientras en mis manos su creación me quema.
Leerlo tiene un peso que me hace diminuta, un precio que con esta vida no llego a pagar. Por eso me lastima.
Sangra tanta verdad, ilumina cierta oscuridad que convive conmigo, que tanto me esfuerzo por ocultar.
Eso tiene de especial, es imposible leerlo y seguir como si nada.
Es determinante, absoluto.
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