¿Todo esto? ¿Valió la pena? Las valió todas.
Ahora estoy acá, cenando un vino en mi casa, tiene sentido. Vuelvo a él, a mis orígenes, a mi progenitor. Solo se tenia que ir muy lejos para que yo lo perdone, para que nos volvamos la misma persona, para que compartamos una copa y cada uno de los miedos.
Tengo recuerdos, de cuando lo amaba, eso los atesoro. Me cantaba para que me duerma, me daba palmaditas mientras entonaba "Ayer se fue, tomó sus cosas y se puso a navegar" como un presagio "una camisa, un pantalón vaquero" ¿Dónde ira? Esos tiempos que me sentía hija, porque el se sentía padre.
Hubo noches en las que volvía a las dos de la mañana de trabajar, yo lo esperaba despierta porque sabía que en la mochila me traía chocolates. Pero cuando no aguantaba, me dormía y lo primero que hacía al levantar era ver si estaba en su cama durmiendo, lo segundo era buscar en todos los bolsillos de su mochila mis regalos. ¿Dónde los escondiste, pa? Ahora ando de aca para allá, dentro de mi bolso están todas las disculpas que nunca me pidió, me pesan pero él nunca las vino a buscar. Y aunque duelan, tengo la certeza, que donde sea que este, todavía tiene miles de sorpresas guardadas para mí. La historia continua.
Me gustaría seguir escribiendo sobre esos tiernos recuerdos de la infancia, pero se me escapan. Deben estar ahí, no quiero ser tan injusta. No voy a empezar a nombrar los malos solo porque tome mucho vino para recordar los buenos. Quiero que sea una carta del perdón pero todavía no lo es, tiene su ardor al tragar, un gusto agrío que no me pertenece, que debe ser suyo.
La mujer que soy hoy lo entiende, hacemos lo que podemos, hizo lo que pudo mientras luchaba (lo sigue haciendo) con sus demonios. No solo mantenía su trabajo y su casa, sino a su familia, a sus hijos, a su mujer que nunca fue suya, que no estoy segura que lo haya querido. En defensa de ella, es el hombre más difícil de amar que he conocido. A esta edad, él no se podía tomar sus copas en la calma de la soledad, como puedo hacerlo yo hoy. ¿Cómo no enloquecer en un mundo sin silencio, pero sin nadie que te escuche? Fingiendo sonrisas todo el día a desconocidos por dinero, ¿para luego también tener que hacerlo en su casa?
Yo tengo su mirada, y su capacidad para volverse protagonista. Saque sus ansias por el crecimiento, por hacerme enorme, visible. Herede su capacidad para evitar hacerme cargo de las tragedias que nos rodean, de la familia que se desmorona, de trabajar día tras día hasta olvidarme donde queda mi casa, olvidar como comunicar lo que siento sin sentirme ridícula. Tengo sus rulos, sus ganas de prosperar pero también lo empecinado en tomar las peores decisiones, una y otra vez, notando los errores y volviéndolos a elegir, porque es parte de nuestra persona, de la historia que queremos contar: lo inverosímil, lo improbable.
Me gustaría tener su cara de muñeco (cuando era joven), su amabilidad para tratar con cualquier desconocido (todos los que no son mi madre). Me gustaría más que nada, tener su pasión por la gastronomía y cocinar los platos más ricos que jamás hayan existido.
Mi papá toma maté amargo desde los ocho años, pero para tomar conmigo, le pone un poquito de azúcar. Le pone toda la azúcar que yo necesito.
Todavía no llegue, pero ya casi, Isaia, ya casi te perdono (solo me faltan tus disculpas). Espero que no sea muy tarde.