Cuando digo que no creo en Dios, la gente lo relaciona directamente con que soy atea. Justo yo. Soy una creyente con cada célula de mi cuerpo.
Creo infinitamente más de lo que soy.
Mi Dios, mi fé, mi esperanza, mi salvación, mi todopoderoso, está repartido por todo el mundo en diferentes formas, colores y maneras.
Yo creo ciegamente en todo lo que amo.
Creo en esa canción que me eriza la piel.
Creo en mis perros y en su bienvenida cada vez que llego a casa.
Creo en mi hermano, mi alfa, mi guia, mi sosten desde el día en que naci, mi compañero de vida.
Creo en los libros que me hacen sentir con cada parte de mi persona.
Creo en la belleza y en la naturaleza; creo en las Cataratas que visite con mi papá en unas vacaciones y en los paisajes de Cordoba por los que recorrimos con mi familia.
Creo en el sentir, en el cerebro humano, en nosotros mismos; en la magia de la evolución, en lo eterno del universo, creo en las estrellas y que somos parte de ellas.
Creo con locura en la literatura,en el arte, en la expresión del alma.
Creo en la comunicación y en los abrazos.
Creo en la pasión, por un deporte, por un trabajo, por otra persona.
Creo en la electricidad que me causan los besos de mi novio.
Creo en los domingos de asado en familia y las risas de mis amigas a las nueve de la mañana.
Dios está en cada pedacito de mi felicidad y está en mi fuerza.
Creo en todo lo que me inspira.
Creo en todo lo que me genera ganas de escribir y en todo lo que me abruma hasta dejarme sin palabras.
Soy creyente de lo que amo.
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