martes, 19 de mayo de 2020

Big Bang

Para no ser esclavos y mártires del Tiempo,
Embriagaos,
Embriagaos sin cesar.
De vino, de poesía o de virtud; de lo que queráis. -  Charles Baudelaire

Desde que somos chicos encontramos cierto asombro abrumador en la magia. En observar aquellos trucos que se ven tan reales y a su vez, inexplicables.
Cuando crecemos, nos volvemos más apáticos a las sorpresas y lo inesperado, entonces nos la pasamos tratando de descifrar el truco y desenmascarar al mago para poder vislumbrarlo con su humanidad que lo posiciona en nuestro mismo nivel mundano.
Cuanto más conocemos menos nos dejamos sorprender por lo que nos rodea, lo normalizamos.
La literatura me abre la puerta a un mundo tan vasto y versátil, que me es imposible entender el truco, entonces vuelvo a mi niñez, aprendo y me encuentro con una epifanía en cada paso que doy.
Hace siete años cuando caí en esta realidad, lo primero que llamó mi atención (y lo que todavía no logro entender en su magnitud) es la existencia de las palabras. Para explicar a qué me refiero necesito que nos alejemos todo lo posible de lo que conocemos de la literatura para poder analizarla de una manera mucho más general.
El mecanismo de que estos símbolos, que nosotros llamamos letras, encajen con otras para formar palabras, o sea un concepto donde cualquiera que sepa entenderlas genere la misma imagen en su mente, un lenguaje tan universal que mencionando una palabra todos pensemos en lo mismo.
A su vez, juntándolas, la literatura escala a otra dimensión, genera su propio tiempo-espacio donde se crea una oración, que te cuenta una acción, un pensamiento; ya no es solo una cosa, es todo un momento.
Empezando por ahí ya parece una locura. Pero después, como si fuera poco, nos encontramos con textos. Historias enteras que nos cuentan algo, pero que cada lector interpreta e imagina de forma distinta en su propia cabeza. Un universo infinito de posibilidades.
A partir de toda esta explicación pareciera absurdo tener que aclarar de dónde proviene mi amor por esta entidad que no me permite aburrirme ni dejar de asombrarme con mi realidad.
Pero para cerrar con una idea sencilla, yo escribo porque reconozco como una droga personal el sentimiento que me produce verme saliendo en modo de tinta de una lapicera y marcar por siempre un papel en blanco, perpetuar una idea, darle una forma física a todo lo abstracto que me recorre.
Como dijo Capote sobre la gran  “diferencia entre escribir bien y el verdadero arte” hay un abismo, ese que puede cruzar solo aquel que siga creyendo ciegamente en la magia.


*Texto enviado a Pablo (Cosmogonía)

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