Mi corazón late más triste cada segundo que pasa con mi celular en silencio. Porque sabe lo que significa tu indiferencia, porque sabe el final de esta historia, porque ya lo vivió.
Pienso si alguna vez me habrás amado al menos con la mitad de la intensidad con la que yo lo hago. Me cuesta responderme porque no sé, porque nunca te entendí y ahora siento que no te conozco.
Imagino si fuera al revés la situación, me imagino corriendo desesperada por las calles para irte a buscar, me imagino luchando cada segundo para mantenernos. Después caigo en la realidad, me doy cuenta de lo diferente que somos, que aunque estemos más cerca que nunca, vos nunca me vas a venir a buscar. Porque yo no estoy por encima de tu orgullo, no estoy por encima de nada.
¿Para qué correr hacia mí su podes volar a cualquier parte del mundo para escaparte?
Llego a la conclusión que si fuera la princesa encerrada en el castillo esperando a ser rescatada, vos nunca vendrías y yo me torturaría tanto que terminarías siendo el mismísimo dragón.
Para mí suerte, no soy una princesa y nadie nunca me va a salvar, pero tampoco soy prisionera de nada.
Tengo ganas de correr muy lejos, hasta perderme a mí misma y dejar atrás este dolor que no me deja respirar. Pero en este momento no siento las piernas, a penas puedo mover los dedos para escribir esto, para sobrevivir un ratito más; mi único salvavidas a este mar de lágrimas que me está ahogando.
Estoy inmóvil aca, lo peor de todo es que tengo la certeza que mi única cárcel es mi mente, no tengo salida.
Todavía no me saque las zapatillas, porque en lo más profundo de mi alma, estoy esperando que toques el timbre y me des un abrazo, de esos que me das vos, de los que me ubican, los que me centran, los que me encuentran.
Me trago con repulsión las ganas de llamarte y pedirte que vengas a verme. Se me escapan por todas partes, a penas las puedo controlar. Porque sé, que si te llamara en este momento, no me atenderías, y viviría por siempre en ese limbo del sonido del contestador una y otra vez.
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