Naufragando por el bosque, con las ramas hambrientas arrancándome a pedazos la ropa, la noche masticándome los talones y el viento susurrándome la salvación en un idioma desconocido. Con el mapa que está en mi mente pero perdió todos sus colores, sus señales y sus palabras. Con los gritos que mueren mucho antes de alcanzar mi garganta, y el frío que hace tambalear la poca valentía que todavía guardo en mi canasta, la que pareciera pesar más con cada bocanada de aire que abrazo.
Él aparece de la nada, nacido de las sombras como un ángel caído. Su pelo brilla más negro que la oscuridad y en sus ojos todavía ardían brasas de una hoguera en extinción. Todo su alrededor iluminaba.
Con su primera mirada yo ya había encontrado mi camino. Confirme lo que tanto se sospechaba de que la esperanza está ligada a la luz, porque en él encontré ambas.
Sin dirigirme la palabra ya estábamos comunicados. Tomó de mi mano, me aferré fuerte como un último soldado a su espada. Me guió entre las tinieblas con pasos firmes, decidido, parecía ser amigo de todos mis miedos. Me recordó a esos viejos cuentos que solía leer, dónde los navegantes iniciaban su travesía siguiendo una estrella en busca de sus deseos, él era la mía.
Se detuvo, me mostró el camino indicado para llegar a mi destino. Yo no quería soltarme aunque era consciente de que no merecía su compañía eterna pero solo me bastaba con un par de minutos más, conquistar un pedazo más de infinidad, descifrar alguna palabra en sus ojos o en sus manos, robarme unos segundos más de su inmunidad.
No se despidió, ni tampoco me pidió nada a cambio, desapareció tan rápido como había llegado. La oscuridad ya no me asustaba sino que ahora era la soledad quien se había presentado, la que me robaba el aire respirandome en el cuello.
Pero tuve que seguir, ya no tenía excusas, mi abuela estaba esperándome.
Muchas veces me tentó la idea de escaparme hacia al bosque solo para buscarlo, es decir, para que él me encuentre. Termine apreciando esa naturaleza a la que tanto había temido aquella noche, aprendí a disfrutar de su escolta, a no escaparme hacía mis destinos sino a disfrutar el camino. En cada parte de la preciosidad de los árboles me lo encontraba, me reflejaban su hermosura pero nunca más volví a verlo.
Con el tiempo, los rumores lograron tergiversar la historia, la gente dice que me envió por el camino más largo para después comerme.
Jamás nadie me preguntó, pero deben existir peores formas de morir que ser devorada por él.
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