Hablo de vos como una epifanía aunque seas mi presente constante.
Jamás voy a poder acostumbrarme a esta belleza, mencionarte sin sonreír atontada no-creyente de la fantasía que me envuelve, que me recuerda día tras día, lo mucho que vale la pena estar acá y ahora. El resto se aleja y vos no haces más que acercarte abriéndote camino con ternura y luz hacia mi pecho, donde espero pasar el resto de mi vida anidada, en tu calidez de sol naciente.
Resignificando al amarillo, ya no más como el color de la espera, de la transición, de lo que llega yéndose. Lo convertís en promesa cumplida, en el desenlace dorado que me bendice, preparándome para el siguiente acto de bautismo
que es verte desnuda.
Arrodilladas rodeando tus sonidos de virgen sanadora andamos las almas cansadas de tanta búsqueda, admiramos tu silencio bullicioso, tu decir sin palabras donde crece ese lenguaje que se nos cuela hasta los huesos, que nos endereza. Erguidas hacia el cielo, finalmente dejamos de preguntarnos, no porque encontremos las respuestas sino porque entendemos que el desconocimiento es más rico y generoso que la sabiduría inventada por los hombres.
Aprendí a rezarte con la mirada cada vez que te encuentro iluminándome. Solo te pido dos segundos más de los que soy capaz de aguantar, conocer esa ínfima agonía que me quiebra los limites para poder, sola pero bajo tu consentimiento, caer hacia al reverso del mundo. Transformar ese impacto de meteorito en el big bang diario que me expande hacia tu nacimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario