jueves, 19 de diciembre de 2024

 Hoy fue un día de revelaciones: No me quiere.

Un poco lo sospechaba, pero una vive por esa esperanza, la pequeña pero eterna duda del ¿qué pasaría si? Pero la realidad es que no. Podría cambiarlo todo, pero no sucede, entonces sigue todo igual.

Es hora de generar lo cambios de los que tanto hablo.

miércoles, 11 de diciembre de 2024

La pesada herencia

 Soy esta. Esta sensibilidad que estalla, esta risa y estas lágrimas.

Soy los comentarios ingeniosos para hacerte reír pero también soy este llanto ahogado. Esta tristeza incontenible y este poder inmanejable.

Bebé, yo también le rezo a la luna. Y también saldría corriendo de mí si pudiera. Me escaparía, tal vez fuera más fácil si pudiera conformarme, con estar bien a veces, si tener cosas lindas fuera suficiente. Pero me da vértigo el mundo que todavía no conozco, miedo de morir sin haber visto todas las estrellas extintas.

¿Por qué no puedo ser así de fuerte? Como todo ellos, que caminan por la ciudad sin mostrar sus tormentas. ¿Es sana esta ambición que me carcome? ¿Qué no me permite disfrutar de mi día a día? Mi virtud es ese castigo, de correr bulliciosamente detrás y siempre detrás de los sueños de silencio, exigiéndoles que se queden conmigo, que se fusionen con mi garganta, que me vuelvan la persona que quiero ser. Pero soy incansablemente yo.

Todo lo que consumo parece irreal, el miedo de convertirme en una inteligencia artificial. La pesadilla de que nada vuelva a ser autentico y de ahí viene el irme corriendo hacia la naturaleza. Perderme en el bosque y nadar en las montañas, que no puedan alcanzarme.

Lo único que no cesa es el vacío. El resto todo termina, es finito como la humanidad. 

Creo que somos los últimos románticos, vos y yo, pa, tomando vino en búsqueda de sentir algo real. En conmemoración de los amigos que amamos, de las guerras que no peleamos y de las mujeres que nunca pudimos besar. Ser Benitez es esto.

sábado, 2 de noviembre de 2024

Gran amigo, gran amor


 

Sucedió lo que tantos años esperé, le pregunté en la oscuridad de su cama ¿Ya decidiste qué vas a hacer? Sí, me dijo. Me besó. Y desde ese momento mis alarmas no hacen más que sonar, que advertirme, que abrumarme.

Fue como si nos conociéramos de vidas pasadas, no me imaginaba que iba a haber tanto química, me confiesa entonces, también, de todas las veces que imaginó ese momento. Yo sabía que iba a pasar, fue mi declaración, mi maldición es siempre saberlo. Estando ahí, entre sus brazos y sus susurros de deseo, yo estaba ahí pero él no me veía. No soy una opción.

Viene corriendo hacia mi, sí (finalmente) pero llamándome por otro nombre, por el nombre de la mujer que ama. 

¿Y qué hago yo ahí? Me obligo a extasiarme de él, de acariciar sus puntos débiles, de escucharlo en su vulnerabilidad, de llevarlo a mi locura. De extraer algo de su cariño, probar aunque sea un poco  de su verdadera esencia antes de salir corriendo, antes de mi huida, de mi destierro.

Lo más doloroso es que sería capaz de ignorar el hecho de que no me ame, solo para tenerlo cerca un ratito más. ¿Pero cómo podría perdonarme eso? A los dioses no les debo nada, pero a mi cuerpo, una explicación. 

No quiero comer, no quiero dormir. Quiero sobrevivir a este sentimiento.

¿Pero cómo puede ser mentira?  Si yo presté atención a cada uno de sus latidos. Me dijo que tenía buena memoria, que se acordaba exactamente la canción que sonaba la primera vez que salimos, hace siete años atrás, cuando él no se había enamorado y yo todavía creía. Pero no podemos seguir alimentándonos de ese pasado tan remoto, tan inocente.

Es que no vine hasta acá para ser el vacío que te llene de la mujer de tu vida. Yo quiero ser el amor de tu vida, quiero ocupar espacio, quiero que me hagas grande con vos. Pero me toca aceptarte solo de a ratitos, robarte hasta que llegue el amanecer. Lo bueno es que siempre llega, lo malo es que cada día se va.

Entendí que tampoco va a ser en esta vida. Me voy silbando y sin rencor, mi gran amigo, mi gran amor.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Vida real

 Esto se me ocurre navegando por la obseción que me generó la narración de Brandon Taylor en su libro Vida real, ese nombre, como si hubiera partes de la vida que no fueran reales. ¿Quienes somos en realidad? ¿Esa voz en nuestra cabeza o nuestras acciones de cada día? ¿O solo somos por los demás que nos ven y nos reconocen? ¿Nos conocen de verdad?

Ayer el día fue, como diría mi amiga Ludmila si se lo contara, "un montón".

Voy a la facultad un poco rendida, que no son manera de construir lo que uno quiere hacer de su futuro. Me emocionaba en un principio hacer una materia que se relacione con las ciencias sociales ya que son tiempos especiales para esos estudios y que es algo nuevo dentro de mi carrera que a veces esta demasiado lejos de mi realidad. Pero la voz de la profesora es demasiado monótona y mientras habla yo pienso que suena como un podcast que escucharía para dormir. Sin embargo me interesa autenticamente, me ayuda como persona y como escritora en ese ejercicio de extrañarse de si mismo para escuchar mejor, para librarse de la voz propia, para empatizar y entender. Me gusta la materia aunque no tuve en cuenta mi pésima habilidad social para estar estudiando antropología. No se me ocurren buenas ideas para el trabajo práctico, no sé cuál es una problemática ambiental ni con quién hablar, pienso incluso, en inventar todo y mantener mi mentira hasta aprobar. Quizás por eso tendría que elegir una pasión y entregarme a ella para no estar partida a la mitad cada vez que se trate de escribir. Pienso que no podría ser una buena "científica" así, pienso que hay demasiadas cosas en las que no podría, no puedo ser buena. Me frustro de nuevo, porque aparece el factor más determinante en mi vida, el trabajo. En un mes voy a ir a trabajar en la feria, tres semanas seguidas sin franco, chau tu facultad. ¿Para qué todo este drama? Si se termina deshaciendo en mis manos, en mis decisiones.

Habíamos arreglado con Cami que esa noche yo iba a ir a su casa. A la mañana me escribe "El jueves nos juntamos en casa con las chicas". Ya me siento molesta al leer ese mensaje ¿Qué significa? ¿Me estas diciendo que no vaya hoy porque la visita se mueve al jueves?¿Quienes son las chicas? Yo no entro en esa frase, porque yo no voy el jueves, yo voy hoy. Eso fue lo que le respondí, ella me dejó en visto el resto del día. Entonces, insisto, "necesito, mínimo, una confirmación" Lo que me ella me contestó fue por qué no podía el jueves, que era lo tan importante que tenía que hacer para no poder ir. Todo ese ida y vuelta que se generó en esa conversación no respondió la única pregunta que yo tenía, que era si podía ir a su casa esa noche, si seguían en pie nuestros planes, si quería que vaya, si quería verme. Entonces le mando un audio, ya hundida en el hartazgo de sus respuestas evasivas, de las contestaciones pasivo-agresivas que no me decían nada. Le digo lo que realmente se me cruzaba en la mente cada vez más seguido "Te dije dos, tres veces de juntarnos y siempre te olvidas, o no me respondes, o me cambias los planes. Cuando puedas y tengas ganas de verme decime y listo, basta de complicarnos" Tener que pedirle reiteradas veces a mi amiga que me hable, que me explique cómo se siente, lo que necesita, de pedirle incansablemente que me quiera, es extenuante.

Cuando volví de comprar con esas ideas atravesadas en los ojos, me encuentro con la vecina en la entrada. Ella me dice "Divina, ¿te puedo decir algo? Ya que estas aca" No sabe mi nombre. "La ropa colgada en el balcón, ya no va más, no queda bien, es tipo villa ¿viste? No está muy bueno" Lo único que pensé en ese momento es que no me interesaba para nada ese tema de conversación, quería subir a mi casa, que mi amiga me diga que me quiere ver, hundirme en algún libro, escribir, hacer algo que me haga sentir viva. Pero no, ahí estaba yo parada teniendo una conversación que me parecía totalmente ridícula. Señora, con todo respeto de ese que usted no me tiene ¿No ve que hay problemas reales en este país? No me podría importar menos en dónde se seca la ropa. "Es mi casa" le digo, algo que es estúpidamente obvio pero estoy aprendiendo a no suponer "¿Dónde queres que la cuelgue?" Otra pregunta que no tiene mucho sentido, porque se contradice con la afirmación que hice anteriormente. Es mi casa, es mi balcón, es mi ropa y ¿A quién mierda le importa eso? "Comprate un tender, como hacemos todos. Es un tema de convivencia. Vos sos divina, ni se te escucha, pero eso hablamos en la reunión con la administración el otro día" ¡Pero que temario más aburrido! Lo que más me hizo ruido de todo lo que me dijo, además de ese primer prejuicio de "villa", fue lo de no se te escucha. ¿Me tengo que sentir halaga por eso? ¿No estoy existiendo acaso? ¿Para qué estoy viva si esperan que pase así de desapercibida? Sin ruidos, sin señales de que efectivamente estoy viviendo en esta casa. Me afectaron terriblemente sus palabras por ese lado, por mis crisis existenciales. Y de repente ya no estoy contenta con mi casa, de repente me quiero mudar, me quiero ir de donde no soy ni deseada pero tampoco aceptada.

De repente todo a mi alrededor se vuelve hostil, quiero dejar todo, correr, salir de esta ciudad que me asfixia, que me exige tantas cosas y yo no puedo con ni una. De pronto lo que parecía simple se vuelve tan pesado y me imagino corriendo tan rápido hasta salir de mi cuerpo, hasta convertirme en viento, en esta lluvia que cae sin cesar, en esta melodía que se disipa en el aire. Me ahogo, no puedo más.

"Si ya dijimos que nos juntábamos hoy ¿qué otra confirmación necesitas?" Me responde Cami y yo, como siempre, huyo de esta vida real a la vida de fantasía que existe cuando estoy con mis amigas. Comemos pizza, hablamos de Disney, miramos Harry Potter. La lluvia destruye al mundo afuera y nosotras dormimos juntas. Ignoro el presagio que anticipaba el noticiero "Mañana puede ser peor"



Hoy es mañana, estoy desesperanzada y cuando llego al local me cuentan que a Lucas lo van a cambiar de sucursal. Pienso en eso y ya casi que lo extraño. Extraño a las curiosas personas que me presentó mi trabajo, extraño trabajar con mis amigas, extraño a Daro. Falta un mes para la feria y es la primera que voy a trabajar sin él. Es la primera vez que existo en esta vida sin él, no me acostumbro. Me desmotiva terminar siempre en ese "evento canonico", en la muerte de mi amigo. Pero su ausencia esta presente todo el tiempo en mí, y en ese lugar, en todos los lugares. 

martes, 19 de marzo de 2024

 Hoy más que nunca pero más que siempre pienso en irme, en escaparme de esta ciudad que no solo sabe demandarme, que no descansa y por lo tanto, evidentemente, yo tampoco lo puedo hacer. Sueño con la copa de los árboles, con la lluvia mojando la tierra, con despertarme con las flores, con poder volar lejos, lejos de estas paredes tan de cemento, tan imposible de traspasar, manteniendome encerrada en mi propio hogar. ¿Todo lugar que habito me terminara pareciendo tan hostil? ¿Dónde ir, entonces? Me gustaría hacer mi nidito en la profundidad de un ceibo.

Yo que me preguntaba cuánto tiempo iba a durar el encanto, evidentemente es un año, es el tiempo máximo que aguanto en un mismo lugar o con una misma persona. Después me pongo irritante, un poco más ya me indigna, me asquea. 

¿A dónde puedo ir? ¿Para dónde correr? ¿Hacia dónde nadie me espera?

viernes, 23 de febrero de 2024

Síndrome de la impostora

 La mayoría de las veces que leo a mis autoras favoritas, que seguramente son la de todos, Woolf, Pizarnik, Vilariño. Aunque también con las que son más personales como Patti Smith o Lucia Berlin. Encuentro en ellas una pulsión de escritoras que nace inclusive antes de que fueran conscientes de su propia persona, de quienes querían ser.

Alejandra escribe a sus 19 años "lo confesaré aunque me tenga que morir llorando, solo diré la verdad, que es ésta: ya no quiero vivir, yo quiero un interés obsesivo por dos cosas: los libros y mi poesía" entiendo que no hay ni habrá nadie como ella, que vivía solamente porque quería escribir. Pero Idea también dijo "Este papel mi vida.." y en esas cuatro palabras justificaba su existencia entera.

Yo, por otro lado, me siento culpable por no tener ese hambre de escribir. Sí lo tengo por la literatura, pero al mismo tiempo desconfió de mis propias pasiones. ¿Es eso posible? A los 12 años mi profesora de literatura me juro que yo podía escribir, que era especial, que podía crear textos interesantes. A esa visión suya me ancle. La volví mi personalidad. Un poco lo sigo haciendo para nunca traicionarla, para que tenga razón, para no convertirla en una mentirosa. Pero la mayoría del tiempo me pregunto si alguien más me hubiera dicho que era buena en algo, o si pudiera hacer otra cosa, si tuviera talento para cantar o bailar ¿hubiera llegado a la literatura igual? Si supiera actuar o tocar muy bien un instrumento ¿hubiera elegido igual a los libros? ¿estaría escribiendo esto? Es decir, me da miedo haberme implantado este amor solo porque nadie me dijo que era buena en algo más.

Pero Quirós también me dice "Uno se supone que es uno mismo quien se lanza, quien va en busca de la literatura. Uno se imagina invadiendo ese territorio con ímpetu arrollador, con la convicción de un poeta. Pero resulta que no..." Yo lo leo y no creo en el destino pero siento que no podría ser nadie más ni otra cosa. Que no sé que hubiera pasado ni donde estaría porque esto es quien soy hoy. Acá están las respuestas. No me interesa nada más porque encuentro todas las vidas que fueron y serán posibles dentro de los libros. Porque son la una de la mañana y yo solo quiero emborracharme de letras, así que tal vez estaba equivocada, me dejo distraer por el mundo exterior pero dentro mío si existe una pequeña enorme pulsión literaria que me arrastra, que me mueve, que me transforma.

domingo, 18 de febrero de 2024

Infancia

Confusión. Esa es la primera palabra que se me viene a la mente cuando intento reescribir mi infancia, cuando, guiada por los maestros, busco un recuerdo en el que pueda anclar mi consciencia. Pero simplemente no tengo una gran memoria, mis narraciones son flacas, pierdo los rasgos, les falta carácter.

Confusión. ¿Dónde empieza mi niñez? ¿Cuándo termino? Me gustaría poder contarme desde las calles coloradas de Virasoro, de las mesas largas y las risas de mis tías, pero no son verdad. O tal vez si, pero no son cosas que realmente recuerde sino, pienso, que más bien me invente esa infancia para hundir mis raíces en un lugar más fértil. Quizás para tener un lugar a donde volver.

La columna vertebral sobre la cual crecí es más bien la duda. Una duda profundamente religiosa (esa si nace de la provincia). Confusión, que todavía me persigue, sobre qué debía creer, más bien, cual era mi verdad asignada y cómo debía actuar ante ella.

Mariano Quirós dice que al final los escritores hablan de los únicos tres temas que existen: vida, muerte y amor. Ciertamente bajo esos ejes puedo categorizar mis recuerdos.

La culpa, de las primeras cosas que aprendemos. La culpa con la que nacemos los niños católicos, esa con la que pasamos el resto de nuestras vidas tratando de redimirnos. Como si Dios desde nuestra mínima existencia viera un acto de rebeldía y al bautizarnos él nos reconoce, pero no nos perdona, ese ser omnipotente que ya sabe de todos nuestros pecados antes de que los cometamos. Por ahí ya no es por Eva y esa maldita manzana, por ahí él ya se olvido de ella y por lo que verdaderamente nos condena es por la persona que vamos a ser, por el camino de daño que vamos a construir mientras crecemos.

Estas falsas conclusiones son a las que llego ahora, pero en esos tiempos que era tan chica, que Dios era demasiado grande, demasiado adulto para intentar comprenderlo, yo entendía mucho menos (o igual) el tema de la culpa, pero si sabía un poco del placer. Es fácil diferenciar lo que se siente bien de lo que se siente mal. La masturbación se sentía bien, aunque yo sabía que estaba mal. Lo sabía porque mi mamá me vio una vez abrazando una almohada y me dijo que nunca más haga eso. Y como mi madre era, evidentemente, la que más se entendía con Dios, la que más se parecía, al menos. Ahí entendí que era algo que estaba mal ¿Por qué? Nunca lo sabré, pero no tenía que volver a hacerlo. No era un tema sexual porque ni conocía esa palabra. Sino que solo era un placer que me era prohibido. Al final si soy hija de Eva, pienso, porque seguí pecando pero tuve que aprender a hacerlo escondida. Lo que pasa es que una no puede esconderse de un señor omnipresente, eso era sabido. ¿Qué podía hacer yo, entonces, para que me perdonara? Él obviamente ya no iba a creer en mis falsas promesas, entonces decidí que tenía que lastimarme. Me merecía un buen castigo por mis buenos pecados, y como la iglesia me enseño desde el primer día que entre y ví a Jesus crucificado, para conseguir la expiación tenía que sufrir, pero no sufrir de cualquier manera, tenía que sangrar, cuanto más me doliera, más grande iba a ser mi arrepentimiento. Un poco de placer se pagaba con mucho suplicio. 

En otro confuso episodio con mi religión, me encontré con la muerte. En realidad paso, por primera vez, cerca de mí. La descubrí, vi lo que generaba y su magnitud me impresiono, en ese momento, entendí que existía una fuerza que estaba a la altura de la de Dios, un algo que también ponía a la gente de rodillas a llorar, a mirar para arriba y gritarle al cielo. Pero no era la misma, porque a esta fuerza la odiaban y le temían, si Dios nos daba la vida ¿quién era el que nos estaba dando la muerte?

Un amigo de la familia había tenido un accidente. Era el padre de un compañero mío, un hombre que yo conocía, con él que había compartido saludos y comidas. Era una persona que jamas podría volver a ver, porque ya no estaba. Así de simple y así de cruel. Desde ese día, comencé a persignarme, no solo cuando veía una iglesia como era lo habitual, sino que también, cada vez que pasaba frente a la casa del hombre que había muerto. Porque en muchas maneras, representaba para mí un lugar sagrado, un lugar en donde había estado la muerte, donde hubo un Jesús crucificado pero de otra forma. De una manera que me era demasiado masiva para entender, yo intentaba demostrar mi respeto también a esa fuerza aniquiladora, que no conocía, de la única manera que sabía, haciendo la señal de la cruz.

Pero el recuerdo más certero de cuando era una niña creyente (lo sigo siendo, solo que no religiosa) es aquel día que me subí a la terraza a hablar con Dios. Yo sé que el solía escucharme, pero sus tiempos eran muy distintos a los míos. Yo no tuve la paciencia suficiente para esperar que lleguen sus señales. A lo que voy es que ese día, en el mal llamado conventillo, al que nosotros le deciamos "el hotel". Ese en el que vivíamos los cuatro en una misma pieza que inclusive en esos tiempos me parecía pequeñisima, cuando todos en si eramos muy chicos, hasta mis padres. Un día en el que probablemente mi papá estaba borracho y haciéndonos sentir miserables, decidí subir lo más alto que me era posible y hablar seriamente con Dios. Le pedí tres cosas, porque uno sabe que son solo tres deseos lo que se te pueden cumplir por vida. Le dije que quería una casa grande, una casa con habitaciones donde cada uno se pudiese esconder cuando lo necesitara, una casa de verdad, donde tengamos nuestra propia cocina y nuestro propio baño, le pedí un hogar y segundo, mi deseo de niña fue tener un árbol de navidad gigante, uno que fuera más alto que yo, que sea para toda la familia, que se pueda llenar de regalos. Lo tercero que le pedí, pero que era el más importante, el que nos iba a dejar disfrutar de los otros dos, era que mi papá dejará de tomar. Así de simple lo planteaba, por favor, no quiero volver a ver a mi padre borracho, no quiero que siga rompiendo a mi mamá, que nos siga lastimando con sus ojos llenos de sangre, con su odio a si mismo que apuntaba contra nosotros. Esos fueron los milagros personales que le pedi a Dios, y a cambio yo le daba todo. Mi alma, mi cuerpo y mi mente para siempre dedicada a cumplir sus expectativas si él cumplía las mías.

Pasaron años y miles de injusticias antes de que finalmente sucediera lo que tanto deseaba. Durante ese tiempo le solté la mano a la religión, no volví a pasar por una iglesia, me olvide como se rezaba y no hable nunca más con Dios. Seguimos caminos separados, supongo. Y al final del día me di cuenta que si se habían hecho realidad era gracias a mi madre, que ella trabajo hasta el hartazgo para darnos una casa a mi hermano y a mí, ella nos dio nuestro refugio y también consiguió el árbol de navidad gigante. Mis primeras impresiones no estaban tan erradas, ella sí era la voluntad de Dios como lo sospechaba. Mi papá está lejos ahora pero cuando lo veo nunca está borracho, ahora soy yo la que toma alcohol frente a su mirada, casi burlándome porque él sabe que no puede hacerlo delante de mí. Una fuerza superior se lo impide.

Las conclusiones las dejo para la adulta que algún día seré, a esa niña sin recuerdos solo le diría que acá estoy para escucharte, que escribas sin miedo.