viernes, 6 de marzo de 2020

Taragüí

Entre a ver un árticulo de una chica que contaba cómo llegó hace una semana a Irlanda y ya había podido conseguir trabajo. Me emocionó la idea. Ella escribió como se fueron dando las cosas y los consejos que daba para animarse a viajar. Todos dicen más o menos lo mismo, hay que jugársela, agarrá tus cosas, subite un avión y cómete al mundo. Dicen que te abre la cabeza.
El texto contaba desde el principio de todo, que su papá estaba haciendo los trámites para tener ciudadanía italiana; que ella hace más de cinco años planeaba con irse del país, que los sueños se cumplen si uno se esfuerza lo suficiente.
Para ser sincera, me aburrió.
Esas realidades me parecen tan alejadas a la mía que a veces la siento como una ficción medio repetitiva. Si yo tuviera que llevarme todo lo que tengo, solo viajaría con mi dos perros y una deuda a mi nombre que arrastro hace un año.
La verdad es que me es más interesante leer cuestiones que me atraviesan.
Estoy hace cuatro horas leyendo Nuestra parte de la noche de Mariana Enriquez, es una obseción hermosa que creció a dentro de mí. Como la historia transcurre mayormente en Misiones/Corrientes, me cuesta diferenciar su ficción con el mundo verdadero que conozco.
Me habla de la tierra roja, del calor húmedo que te entra por los poros, de las flores de jacaranda y de la veneración a la Virgencita de Itatí. Me sumerjo tan profundamente que pierdo noción de lo que me rodea, me ahogo en lágrimas, siento como si ese mismo sol que describe estuviera quemándome la piel en ese momento, resucita a mis recuerdos. Me interpela e inspira como solo la literatura sabe hacerlo.
Esa es la realidad en la que yo vivo. Mis ancestros no vinieron de Europa. Nuestra sangre es la de los nativos a los que esos extranjeros vinieron a robarles las tierras. Mis abuelos, como algunas de mis tías, nacieron en el medio del campo, donde no llegaba la electricidad y el agua la bombeaban de los pozos que ellos mismos cavaron.
Nuestra infancia es sentarnos a tomar mate cocido, tirarle el pan adentro para que se moje y escuchar a nuestro abuelo contando historias inverosímiles pero que nadie se atreve a contradecir en voz alta.
Una vez fuí a las Cataratas del Iguazú*, porque esos son mis viajes y ese lugar es el verdadero sueño hecho realidad. Se lo conté a él, y él me contó a mí. "Guazú significa grande en guaraní*, mija. Yo fuí allá, cuando todavía no había caminos, no habían construido nada. Yo descubrí las Cataratas a los machetazos." Yo creo que en todas sus historias hay un poco de verdad y un poco de mentira, exagera para entretenernos (eso lo heredó mi mamá). Nosotros nos reímos. Pero sospecho que algo de cierto debe tener.
Yo vivo en Buenos Aires pero Corrientes me corre por las venas.
Todo me lleva allá porque el lugar son las personas, y nuestro hogar está donde no llega el miedo.
Hay una razón por la que tenemos la piel de los pies más gruesa y es para que no nos duela tanto cuando se nos incan las ortigas. Es por tanto caminar descalzo por la tierra roja que parece lava después de estar todo el día encandilada por el sol. La de nuestras yemas de los dedos también parecen más duras, es por tanto remover la tierra con nuestras manos, es por las tortas de barro, es por agarrar la pava hirviendo o el picole congelado.
Me es más fácil empatizar con esto. Con las tortas fritas con dulce de leche y el ruido de los tambores en los carnavales.
Mi familia no tiene ciudadanías porque somos del campo.
Yo vengo de ahí, de los tariferos en los yerbatales, las guainas que jugaban con muñecas hechas de marlo de choclo, los gauchos con bombachas y las abuelas cocinando porotos en ollas gigantes.


*Antigua ortografía de Iguazú 'gran cantidad de agua', y guazú 'grande'
* El término "guaraní" quiere decir guerra. Es el apodo que le otorgaron los españoles por el "guaraní", grito de guerra de su pueblo. Los "guaraníes" no existen, son carios y se denominan ñandeva (nosotros) o ava (humanos)


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